El castillo se destacaba imponente sobre la suave campiña
europea. El prado, cual verde terciopelo, se extendía por el ondulante paisaje
y se perdía en la brumosa distancia.
Sobre el puente levadizo, los dos guardias ya habían agotado
sus temas de charla y caminaban aburridos, pateando a veces alguna pequeña
piedra que caía al agua del foso que rodeaba la gran mole de piedra y ladrillo.
De pronto, ambos hombres levantaron las lanzas que habían
dejado en el piso y se acercaron a la entrada del puente. Un hombre se aproximaba.
- ¿Qué necesita – preguntó sin saludar uno de los guardias.
- Tengo que ver al Rey – dijo el hombre.
- El Rey no está, viajó a la ciudad y creo que vuelve mañana
– dijo el guardia, agregando - ¿y para qué lo busca al Rey?
- Le traigo un mensaje.
- ¿Un mensaje?
- Sí, traigo un mensaje de Paz – dijo el hombre.
Los guardias se alejaron unos metros y hablaron entre sí.
- Es un mensajero, seguramente viene de las líneas enemigas. Se
ven perdidos y quieren un arreglo pacífico.
- ¿Se ven perdidos? ¡Ya nos han matado miles de soldados!
- Sí, es verdad, tal vez quieren terminar todo y volver a sus
casas.
- Eso es más posible.
Ambos hombres regresaron donde el hombre esperaba y dijeron a
coro:
- Va a tener que esperar, o volver otro día.
- No, otro día no. Espero – dijo el mensajero, buscando con
la mirada una piedra dónde sentarse.
- No, acá no puede quedarse – dijo uno de los guardias.
- Si trae un mensaje debe seguir el Protocolo – dijo el otro.
- Huuuu, la bendita burocracia – murmuró el mensajero con
rostro resignado.
- Ahí viene – dijo uno de los guardias señalando a un hombre
que se acercaba.
- ¿Quién? – preguntó el mensajero.
- El Protocolo. Ese hombre se llama así. Usted tiene que
seguirlo y él le va a mostrar dónde queda la sala de espera.
El hombre llamado Protocolo se detuvo junto a los guardias
saludando apenas con un gesto.
- El señor trae un mensaje para el Rey – le dijeron.
- Que me siga – dijo Protocolo.
Los guardias, con un gesto, indicaron al mensajero que
hiciera lo indicado y los dos cruzaron el puente entrando al castillo.
Al pasar junto a una puerta, el hombre llamado Protocolo le
indicó que entrara y siguió caminando.
El mensajero entró y se sentó en un duro banco de piedra.
Una hora después - cansado de cambiar de posición en el
asiento y de caminar y mirar hacia el patio por la pequeña ventana - la puerta
se abrió y entró una mujer que el mensajero inmediatamente reconoció como la Reina.
Se arrodilló a modo de saludo, bajando la mirada, pero la
Reina dijo.
- Levántate, me han dicho que traes un mensaje para el Rey.
- Sí, un mensaje de Paz… - comenzó a decir el mensajero.
- Se lo darás al Rey, no a mí, pero mañana, cuando regrese –
dijo la Reina, agregando: - No debieron dejarte aquí, los mensajeros deben ser
recibidos como visitantes ilustres; y si vienen con un mensaje de Paz, con más
razón, estas guerras me están cansando. Sígueme.
La Reina salió de allí seguida por el mensajero. Subieron
unas largas escaleras de piedra y llegaron a un pasillo con varias puertas.
- Acá te alojarás tú – dijo la Reina -. Aquí, en la puerta
que sigue, duermo yo. Esta noche va a hacer frío, ordenaré que te traigan
comida y algunas frazadas.
El mensajero entró a la habitación y se quedó observando el
lujo que lo rodeaba, para él desconocido, sin animarse a tocar nada.
Llegó una mujer con frazadas y detrás otra con una gran
bandeja con distintas comidas, todas de aspecto sabroso.
Apenas se retiraron, el mensajero empezó a comer, probando de
todo un poco hasta sentirse satisfecho.
La noche se acercaba y el efecto de la comida hizo que el hombre
se recostara, así vestido, y se quedara dormido.
Despertó con el ruido de la pesada puerta de madera. Allí,
vestida con un liviano camisón y con el cabello suelto, estaba la Reina.
- En mi habitación hace mucho frío – dijo, agregando: - Voy a
dormir aquí, contigo.
El mensajero, asombrado, iba a decir algo, pero otra voz
femenina, desde la puerta, dijo:
- Y conmigo.
El mensajero reconoció a la segunda mujer, era la Princesa
Cesa, hermana del Rey. Una joven muy poco agraciada que rara vez salía del castillo,
pero que ahora se le acercaba con una sonrisa, una botella de champagne y tres
copas.
(El resto de lo que sucedió esa noche pertenece a otro género
literario. Como en las viejas películas de Lolita Torres, pasaremos a la mañana
siguiente.)
Cuando el mensajero despertó, la Reina había desaparecido,
pero la Princesa aún estaba allí, durmiendo a su lado.
La puerta se abrió y entraron algunos sirvientes, dispuestos
a limpiar.
- Oh, perdón… - dijeron a coro, retirándose lentamente, sin
perder detalle de lo que veían.
La Princesa no les dio importancia, se vistió y salió sin
saludar.
El mensajero, luego de un rato, con una escoba logró rescatar
su pantalón de una de las lámparas más altas de la habitación, y se vistió.
Un hombre entró trayéndole un copioso y variado desayuno.
- ¿Eres un mensajero? – preguntó el hombre.
- Sí, ¿y tú? – dijo el mensajero empezando a comer.
- Yo soy uno de los ordenanzas. Cuando era joven, fui paje en
este castillo, después me casé y ahora, en vez de ser paje empecé a ser…
En ese momento fueron interrumpidos por algunos gritos apagados
y corridas que indicaban que algo estaba sucediendo.
- Llegó el Rey – dijo uno en el pasillo.
- Llegó el Rey. Quedate aquí, ya te hará llamar el Rey cuándo
sepa que eres mensajero – dijo el ordenanza levantándose de la cama donde se había
sentado.
Efectivamente, unas horas más tarde, cerca del mediodía,
llegó el ordenanza a buscarlo. El Rey lo aguardaba.
Llegaron al gran recinto. Allí estaban los dos grandes
tronos, en uno el Rey, en el otro la Reina.
Luego del intercambio de saludos, el Rey, que parecía
nervioso, miró fijamente al mensajero y dijo:
- Me han dicho que traes un mensaje de Paz. Ya hablaremos de
eso. Hay algo más importante y urgente. Han llegado a mí algunos comentarios sobre
algo que ha sucedido aquí, en mi castillo, anoche.
El mensajero se consideró muerto y se resignó a su suerte.
Antes de que intentara una disculpa, el Rey continuó:
- Aquí, mi esposa, me ha contado todo. Al partir le encomendé
a ella el honor de mi pobre hermana. Ella reconoce haber fallado en eso. Nada
es más difícil de cuidar que una mujer que no se quiere cuidar. Y mi hermana es
joven y desconoce muchas cosas de la vida. ¿Qué tienes para decir?
El mensajero se dio cuenta inmediatamente que la Reina - que
ahora miraba permanentemente hacia otro lado - había acomodado el relato solamente
a lo que los sirvientes habían visto.
- Yo… yo no vivo aquí, no sabía… - empezó a decir el
mensajero. Pero el Rey lo interrumpió, diciendo:
- No expliques nada. Yo también he sido joven y he sentido el
impulso de la sangre. La tentación de la carne me ha llevado a cometer errores
similares, por eso puedo aceptar las cosas con una mente abierta. Resumiendo:
el honor de mi pobre hermana se ha perdido para siempre. Ella ha sido
mancillada a los veintiocho años, en plena adolescencia. Soy el Rey, y aunque
puedo comprender todo, no puedo ser débil. Esto sólo se puede arreglar de dos
formas: Con el cura o con el verdugo.
- Con el cura – se adelantó a decir el mensajero.
- ¿Con el cura? ¿Prefieres morir? – dijo el Rey extrañado.
- ¡¡No!! Con el cura… prefiero casarme – exclamó el
mensajero.
- El cura es quien se ocupa de las ejecuciones, él mismo toma
las declaraciones, condena, recibe las confesiones y mata. Así ahorramos dinero
y tiempo. El verdugo ahora está a cargo del Registro Civil y se ocupa de los
casamientros, estamos reubicando personal.
- Entonces elijo el verdugo. Me casaré en cuanto su Majestad
lo disponga.
- Bueno, será la semana que viene, hay mucho que preparar y
además, ustedes deben conocerse un poco – dijo el Rey con una sonrisa irónica.
La Reina se puso de pie, hizo un leve gesto hacia su esposo y
se retiró. El Rey, al sentirse solo, dijo:
- Es una buena mujer, pero un poco descuidada. Ahora que
entres tú en la familia, cuando yo viaje, serás el encargado de mi reino. Ven,
te mostraré lo que traje de la ciudad.
El Rey caminó hasta donde tenía algunos baúles y abrió uno.
Sacó de allí un sobre de cartón y de él un disco.
- ¡Esto es oro en polvo! – exclamó, continuando: - ¡Rubén
Mattus, un genio de la música! Este tema es excelente, no hay palabras para
definirlo, ya lo escucharemos más tarde, la Reina no quiere música a esta hora,
ella es muy cuidadosa de los detalles, ya la conocerás.
- ♪♫ ♪ ♫ Salta,
salta, salta, pequeña langosta, quieren alejarte de mí a toda costa ♪ ♫ ♪ ♫ - cantó el
Rey a media voz dando saltitos por la sala - ¿No te parece genial? El modo en
que el poeta se refiere a la muchacha, a su amor, comparándola con una grácil
langosta. Un insecto acrídido, la imagen de la belleza y la plasticidad de movimientos. Este
Rubén Mattus es un capo, ya mandé a pedir toda su discografía.
Revolvió
un poco más en el baúl y, con evidentes signos de estar emocionado, sacó cuidadosamente
otro sobre
-
Esto… esto… - balbuceó conmovido – Esto casi me ha hecho llorar. Es del mismo
autor. Escucha, trataré de cantar una pequeña parte: ♪ ♫ ♪ ♫ Que la dejen ir al baile sola ♪ ♫ ♪ ♫ Que la dejen ir al baile sola ♪ ♫ la chica ya es grande y se sabe cuidar ♪ ♫ ♪ ♫… ¿No es tremendo esto? ¡El mensaje! ¡El mensaje oculto hacia los padres
sobre protectores, que no confían en sus propias hijas! ¡¡¡Ahí lo dice: “la
chica ya es grande y se sabe cuidar”!!! ¡Claro que sabe! ¡Hay que confiar en la
juventud! ¡Mira! – se levantó la manga y mostró su peludo brazo – Se me ha puesto
la piel de gallina.
En ese momento entró la Reina y preguntó a su esposo:
- ¿El señor va a almorzar con nosotros?
- Sí, por supuesto, ponle un plato junto al de mi hermana.
La Reina se retiró y en ese momento, el Rey se puso serio.
- Bueno, ahora volvamos a lo tuyo; cuando llegué - además de contarme lo
que habían visto en tu habitación – me dijeron que eras un mensajero. ¿Es así?
- Sí, llegué aquí con un mensaje. Un mensaje de Paz – dijo el hombre.
- A ver, ¿cuál es ese mensaje de Paz? – dijo el Rey.
El mensajero pensó un momento, para recordar con exactitud el texto del
mensaje, y dijo:
- Dice que a ver si se dejan de hacer quilombo de noche con
esa música de mierda que no dejan dormir, que si siguen así les va a romper
todos los vidrios del castillo.
- Pero… ¿quien dice eso? – balbuceó el Rey sorprendido y sin entender.
- El señor Paz, el vecino que vive atrás del Castillo - dijo
el mensajero -. Yo le hago los mandados y me tira unas monedas… ¡Ojo, está re
caliente y tiene una honda, es capaz de hacerlo!
El Rey se quedó mirando al
mensajero con la boca abierta. Su rostro permaneció inexpresivo y pálido mientras
sus ojos recorrieron todas las tonalidades del arco iris hasta detenerse en el
rojo furioso.
ü
El mensajero fue velado a cajón cerrado y sepultado
al salir el sol.
ü
El señor Paz y su familia siguen viviendo detrás
del castillo.
ü
El rey bajó el volumen de su tocadiscos.
ü Rubén Mathus sigue
viviendo de eso que hace.