jueves, 30 de abril de 2015

EL MENSAJERO - cuento



El castillo se destacaba imponente sobre la suave campiña europea. El prado, cual verde terciopelo, se extendía por el ondulante paisaje y se perdía en la brumosa distancia.
Sobre el puente levadizo, los dos guardias ya habían agotado sus temas de charla y caminaban aburridos, pateando a veces alguna pequeña piedra que caía al agua del foso que rodeaba la gran mole de piedra y ladrillo.
De pronto, ambos hombres levantaron las lanzas que habían dejado en el piso y se acercaron a la entrada del puente. Un hombre se aproximaba.
- ¿Qué necesita – preguntó sin saludar uno de los guardias.
- Tengo que ver al Rey – dijo el hombre.
- El Rey no está, viajó a la ciudad y creo que vuelve mañana – dijo el guardia, agregando - ¿y para qué lo busca al Rey?
- Le traigo un mensaje.
- ¿Un mensaje?
- Sí, traigo un mensaje de Paz – dijo el hombre.
Los guardias se alejaron unos metros y hablaron entre sí.
- Es un mensajero, seguramente viene de las líneas enemigas. Se ven perdidos y quieren un arreglo pacífico.
- ¿Se ven perdidos? ¡Ya nos han matado miles de soldados!
- Sí, es verdad, tal vez quieren terminar todo y volver a sus casas.
- Eso es más posible.
Ambos hombres regresaron donde el hombre esperaba y dijeron a coro:
- Va a tener que esperar, o volver otro día.
- No, otro día no. Espero – dijo el mensajero, buscando con la mirada una piedra dónde sentarse.
- No, acá no puede quedarse – dijo uno de los guardias.
- Si trae un mensaje debe seguir el Protocolo – dijo el otro.
- Huuuu, la bendita burocracia – murmuró el mensajero con rostro resignado.
- Ahí viene – dijo uno de los guardias señalando a un hombre que se acercaba.
- ¿Quién? – preguntó el mensajero.
- El Protocolo. Ese hombre se llama así. Usted tiene que seguirlo y él le va a mostrar dónde queda la sala de espera.
El hombre llamado Protocolo se detuvo junto a los guardias saludando apenas con un gesto.
- El señor trae un mensaje para el Rey – le dijeron.
- Que me siga – dijo Protocolo.
Los guardias, con un gesto, indicaron al mensajero que hiciera lo indicado y los dos cruzaron el puente entrando al castillo.
Al pasar junto a una puerta, el hombre llamado Protocolo le indicó que entrara y siguió caminando.
El mensajero entró y se sentó en un duro banco de piedra.
Una hora después - cansado de cambiar de posición en el asiento y de caminar y mirar hacia el patio por la pequeña ventana - la puerta se abrió y entró una mujer que el mensajero inmediatamente reconoció como la Reina.
Se arrodilló a modo de saludo, bajando la mirada, pero la Reina dijo.
- Levántate, me han dicho que traes un mensaje para el Rey.
- Sí, un mensaje de Paz… - comenzó a decir el mensajero.
- Se lo darás al Rey, no a mí, pero mañana, cuando regrese – dijo la Reina, agregando: - No debieron dejarte aquí, los mensajeros deben ser recibidos como visitantes ilustres; y si vienen con un mensaje de Paz, con más razón, estas guerras me están cansando. Sígueme.
La Reina salió de allí seguida por el mensajero. Subieron unas largas escaleras de piedra y llegaron a un pasillo con varias puertas.
- Acá te alojarás tú – dijo la Reina -. Aquí, en la puerta que sigue, duermo yo. Esta noche va a hacer frío, ordenaré que te traigan comida y algunas frazadas.
El mensajero entró a la habitación y se quedó observando el lujo que lo rodeaba, para él desconocido, sin animarse a tocar nada.
Llegó una mujer con frazadas y detrás otra con una gran bandeja con distintas comidas, todas de aspecto sabroso.
Apenas se retiraron, el mensajero empezó a comer, probando de todo un poco hasta sentirse satisfecho.
La noche se acercaba y el efecto de la comida hizo que el hombre se recostara, así vestido, y se quedara dormido.
Despertó con el ruido de la pesada puerta de madera. Allí, vestida con un liviano camisón y con el cabello suelto, estaba la Reina.
- En mi habitación hace mucho frío – dijo, agregando: - Voy a dormir aquí, contigo.
El mensajero, asombrado, iba a decir algo, pero otra voz femenina, desde la puerta, dijo:
- Y conmigo.
El mensajero reconoció a la segunda mujer, era la Princesa Cesa, hermana del Rey. Una joven muy poco agraciada que rara vez salía del castillo, pero que ahora se le acercaba con una sonrisa, una botella de champagne y tres copas. 
(El resto de lo que sucedió esa noche pertenece a otro género literario. Como en las viejas películas de Lolita Torres, pasaremos a la mañana siguiente.)
Cuando el mensajero despertó, la Reina había desaparecido, pero la Princesa aún estaba allí, durmiendo a su lado.
La puerta se abrió y entraron algunos sirvientes, dispuestos a limpiar.
- Oh, perdón… - dijeron a coro, retirándose lentamente, sin perder detalle de lo que veían.
La Princesa no les dio importancia, se vistió y salió sin saludar.
El mensajero, luego de un rato, con una escoba logró rescatar su pantalón de una de las lámparas más altas de la habitación, y se vistió.
Un hombre entró trayéndole un copioso y variado desayuno.
- ¿Eres un mensajero? – preguntó el hombre.
- Sí, ¿y tú? – dijo el mensajero empezando a comer.
- Yo soy uno de los ordenanzas. Cuando era joven, fui paje en este castillo, después me casé y ahora, en vez de ser paje empecé a ser…
En ese momento fueron interrumpidos por algunos gritos apagados y corridas que indicaban que algo estaba sucediendo.
- Llegó el Rey – dijo uno en el pasillo.
- Llegó el Rey. Quedate aquí, ya te hará llamar el Rey cuándo sepa que eres mensajero – dijo el ordenanza levantándose de la cama donde se había sentado.
Efectivamente, unas horas más tarde, cerca del mediodía, llegó el ordenanza a buscarlo. El Rey lo aguardaba.
Llegaron al gran recinto. Allí estaban los dos grandes tronos, en uno el Rey, en el otro la Reina.
Luego del intercambio de saludos, el Rey, que parecía nervioso, miró fijamente al mensajero y dijo:
- Me han dicho que traes un mensaje de Paz. Ya hablaremos de eso. Hay algo más importante y urgente. Han llegado a mí algunos comentarios sobre algo que ha sucedido aquí, en mi castillo, anoche.
El mensajero se consideró muerto y se resignó a su suerte. Antes de que intentara una disculpa, el Rey continuó:
- Aquí, mi esposa, me ha contado todo. Al partir le encomendé a ella el honor de mi pobre hermana. Ella reconoce haber fallado en eso. Nada es más difícil de cuidar que una mujer que no se quiere cuidar. Y mi hermana es joven y desconoce muchas cosas de la vida. ¿Qué tienes para decir?
El mensajero se dio cuenta inmediatamente que la Reina - que ahora miraba permanentemente hacia otro lado - había acomodado el relato solamente a lo que los sirvientes habían visto.
- Yo… yo no vivo aquí, no sabía… - empezó a decir el mensajero. Pero el Rey lo interrumpió, diciendo:
- No expliques nada. Yo también he sido joven y he sentido el impulso de la sangre. La tentación de la carne me ha llevado a cometer errores similares, por eso puedo aceptar las cosas con una mente abierta. Resumiendo: el honor de mi pobre hermana se ha perdido para siempre. Ella ha sido mancillada a los veintiocho años, en plena adolescencia. Soy el Rey, y aunque puedo comprender todo, no puedo ser débil. Esto sólo se puede arreglar de dos formas: Con el cura o con el verdugo.
- Con el cura – se adelantó a decir el mensajero.
- ¿Con el cura? ¿Prefieres morir? – dijo el Rey extrañado.
- ¡¡No!! Con el cura… prefiero casarme – exclamó el mensajero.
- El cura es quien se ocupa de las ejecuciones, él mismo toma las declaraciones, condena, recibe las confesiones y mata. Así ahorramos dinero y tiempo. El verdugo ahora está a cargo del Registro Civil y se ocupa de los casamientros, estamos reubicando personal.
- Entonces elijo el verdugo. Me casaré en cuanto su Majestad lo disponga.
- Bueno, será la semana que viene, hay mucho que preparar y además, ustedes deben conocerse un poco – dijo el Rey con una sonrisa irónica.
La Reina se puso de pie, hizo un leve gesto hacia su esposo y se retiró. El Rey, al sentirse solo, dijo:
- Es una buena mujer, pero un poco descuidada. Ahora que entres tú en la familia, cuando yo viaje, serás el encargado de mi reino. Ven, te mostraré lo que traje de la ciudad.
El Rey caminó hasta donde tenía algunos baúles y abrió uno. Sacó de allí un sobre de cartón y de él un disco.
- ¡Esto es oro en polvo! – exclamó, continuando: - ¡Rubén Mattus, un genio de la música! Este tema es excelente, no hay palabras para definirlo, ya lo escucharemos más tarde, la Reina no quiere música a esta hora, ella es muy cuidadosa de los detalles, ya la conocerás.
- ♪♫ ♪ ♫ Salta, salta, salta, pequeña langosta, quieren alejarte de mí a toda costa ♪ ♫ ♪ ♫ - cantó el Rey a media voz dando saltitos por la sala - ¿No te parece genial? El modo en que el poeta se refiere a la muchacha, a su amor, comparándola con una grácil langosta. Un insecto acrídido, la imagen de la belleza y la plasticidad de movimientos. Este Rubén Mattus es un capo, ya mandé a pedir toda su discografía.
Revolvió un poco más en el baúl y, con evidentes signos de estar emocionado, sacó cuidadosamente otro sobre
- Esto… esto… - balbuceó conmovido – Esto casi me ha hecho llorar. Es del mismo autor. Escucha, trataré de cantar una pequeña parte: Que la dejen ir al baile sola    Que la dejen ir al baile sola    la chica ya es grande y se sabe cuidar  … ¿No es tremendo esto? ¡El mensaje! ¡El mensaje oculto hacia los padres sobre protectores, que no confían en sus propias hijas! ¡¡¡Ahí lo dice: “la chica ya es grande y se sabe cuidar”!!! ¡Claro que sabe! ¡Hay que confiar en la juventud! ¡Mira! – se levantó la manga y mostró su peludo brazo – Se me ha puesto la piel de gallina.
En ese momento entró la Reina y preguntó a su esposo:
- ¿El señor va a almorzar con nosotros?
- Sí, por supuesto, ponle un plato junto al de mi hermana.
La Reina se retiró y en ese momento, el Rey se puso serio.
- Bueno, ahora volvamos a lo tuyo; cuando llegué - además de contarme lo que habían visto en tu habitación – me dijeron que eras un mensajero. ¿Es así?
- Sí, llegué aquí con un mensaje. Un mensaje de Paz – dijo el hombre.
- A ver, ¿cuál es ese mensaje de Paz? – dijo el Rey.
El mensajero pensó un momento, para recordar con exactitud el texto del mensaje, y dijo:
- Dice que a ver si se dejan de hacer quilombo de noche con esa música de mierda que no dejan dormir, que si siguen así les va a romper todos los vidrios del castillo.
- Pero… ¿quien dice eso? – balbuceó el Rey sorprendido y sin entender.
- El señor Paz, el vecino que vive atrás del Castillo - dijo el mensajero -. Yo le hago los mandados y me tira unas monedas… ¡Ojo, está re caliente y tiene una honda, es capaz de hacerlo!
El Rey se quedó mirando al mensajero con la boca abierta. Su rostro permaneció inexpresivo y pálido mientras sus ojos recorrieron todas las tonalidades del arco iris hasta detenerse en el rojo furioso.



ü El mensajero fue velado a cajón cerrado y sepultado al salir el sol.
ü El señor Paz y su familia siguen viviendo detrás del castillo.
ü El rey bajó el volumen de su tocadiscos.
ü Rubén Mathus sigue viviendo de eso que hace.