Cuentan que existe un inmenso pájaro negro que de noche sobrevuela los viñedos mendocinos. En realidad no es un ave, y tampoco un vampiro - aunque se le asemeje en algunos hábitos. Sus alas y todo su cuerpo son negros y lustrosos, lo que impide advertir cuando se acerca, planeando, al ras de la viña, el parral o los frutales. Es un personaje bastante inquietante. Pero lo más espantoso es su rostro,... es un rostro humano. Algunos lo han identificado como el de una hermosa mujer y otros, como el de un ser andrógino, pero siempre bello y de mirada cautivante.
Esta ave (o lo que sea) sorprende a sus víctimas cuando caminan descuidadas por los callejones, generalmente en los horarios de riego nocturno o cuando cortan camino a través de alguna finca. Aprovechando su gran tamaño y fuerza, los abraza con sus alas y los besa, dulce y apasionadamente. Hay quienes, sobreponiéndose al susto, se rinden a los placeres de Afrodita y regresan a sus casas con una sonrisa enigmática en el rostro. Pero todos, indefectiblemente todos, tarde o temprano, jóvenes o viejos, de forma natural o violenta, algún día, mueren.
Es por eso que a este ser mitológico (y aún sin nombre) se le teme tanto y se lo evita regresando a casa apenas comienza a ponerse el sol.
Olvidé decir que sus amoríos no engendran descendencia y sólo parecen estar destinados a dar placer y, eventualmente (y esto lo supongo yo) lograr una reciprocidad afectiva que atenúe el temor y el rechazo de los humanos. Aclaro esto porque en determinada época le fueron adjudicados algunos embarazos inexplicables que meses más tarde derivaron en niños de rasgos y tez propios de la comunidad boliviana. No eran fruto de esos encuentros.
Mi hermana mayor, que se llama Elena, pero nosotros la llamamos Eli, se encontró con este monstruo. Fue el verano pasado, una madrugada, al regresar de un casamiento, en la finca de los Petrelli, allá, pasando los nogales secos. Según cuenta, después de separarse de la Nélida, su mejor amiga, que vive en la finca vecina, en momentos en que iba pasando frente al cañaveral, se encontró frente a frente con esta ave, posada sobre el callejón y recortada su negra figura con la luz de la luna, que le daba de atrás.
Todo pasó según ya es tradición y leyenda de esta zona, con la única diferencia que, según cuenta mi hermana, ella ofreció gran resistencia al abrazo, a los besos y a todo lo que, contra su voluntad, estaba sucediendo.
Regresó a casa con el vestido lleno de tierra y, llorando, nos contó lo que le había pasado. Mi padre quiso tomar la escopeta y salir inmediatamente a cazar al monstruo. Pero mi hermana se lo impidió, al alejarse había observado que el ave (o lo que fuera) volaba alto en dirección a los cerros, donde seguramente tendría su nido.
Mi hermana, la Eli, salvo el revolcón y el vestido sucio, no presentaba daños visibles. Mi madre le aconsejó que tratara de olvidar. Pero ella se negó terminantemente; se notaba que había quedado obsesionada con ese tema. Al día siguiente, casi al terminar el almuerzo (justo cuando la abuela puso sobre la mesa una fuente con uva) la Eli, que hasta entonces había permanecido callada y taciturna, prometió que encontraría a ese monstruo y acabaría con él. (Así lo anunció) Después tomó un racimo de moscatel y comenzó a comerlo con la mirada perdida en el parral que se ve por la ventana.
Desde esa misma noche, y a pesar de nuestras recomendaciones y ofrecimientos de acompañarla, (que ella ha rechazado terminantemente) mi hermana, la Eli, después de cenar, sale sola a caminar por los oscuros callejones de la finca. Dice no tener miedo, tal vez porque va armada con un gran cuchillo.
Hasta ahora no ha logrado encontrarse con la misteriosa criatura voladora, pero siempre regresa a casa con una sonrisa que indica que ya, que casi, casi, que ese momento de la dulce venganza esta ahí, al alcance de la mano.
R. Antolín - Abril 23 del 2009
Esta ave (o lo que sea) sorprende a sus víctimas cuando caminan descuidadas por los callejones, generalmente en los horarios de riego nocturno o cuando cortan camino a través de alguna finca. Aprovechando su gran tamaño y fuerza, los abraza con sus alas y los besa, dulce y apasionadamente. Hay quienes, sobreponiéndose al susto, se rinden a los placeres de Afrodita y regresan a sus casas con una sonrisa enigmática en el rostro. Pero todos, indefectiblemente todos, tarde o temprano, jóvenes o viejos, de forma natural o violenta, algún día, mueren.
Es por eso que a este ser mitológico (y aún sin nombre) se le teme tanto y se lo evita regresando a casa apenas comienza a ponerse el sol.
Olvidé decir que sus amoríos no engendran descendencia y sólo parecen estar destinados a dar placer y, eventualmente (y esto lo supongo yo) lograr una reciprocidad afectiva que atenúe el temor y el rechazo de los humanos. Aclaro esto porque en determinada época le fueron adjudicados algunos embarazos inexplicables que meses más tarde derivaron en niños de rasgos y tez propios de la comunidad boliviana. No eran fruto de esos encuentros.
Mi hermana mayor, que se llama Elena, pero nosotros la llamamos Eli, se encontró con este monstruo. Fue el verano pasado, una madrugada, al regresar de un casamiento, en la finca de los Petrelli, allá, pasando los nogales secos. Según cuenta, después de separarse de la Nélida, su mejor amiga, que vive en la finca vecina, en momentos en que iba pasando frente al cañaveral, se encontró frente a frente con esta ave, posada sobre el callejón y recortada su negra figura con la luz de la luna, que le daba de atrás.
Todo pasó según ya es tradición y leyenda de esta zona, con la única diferencia que, según cuenta mi hermana, ella ofreció gran resistencia al abrazo, a los besos y a todo lo que, contra su voluntad, estaba sucediendo.
Regresó a casa con el vestido lleno de tierra y, llorando, nos contó lo que le había pasado. Mi padre quiso tomar la escopeta y salir inmediatamente a cazar al monstruo. Pero mi hermana se lo impidió, al alejarse había observado que el ave (o lo que fuera) volaba alto en dirección a los cerros, donde seguramente tendría su nido.
Mi hermana, la Eli, salvo el revolcón y el vestido sucio, no presentaba daños visibles. Mi madre le aconsejó que tratara de olvidar. Pero ella se negó terminantemente; se notaba que había quedado obsesionada con ese tema. Al día siguiente, casi al terminar el almuerzo (justo cuando la abuela puso sobre la mesa una fuente con uva) la Eli, que hasta entonces había permanecido callada y taciturna, prometió que encontraría a ese monstruo y acabaría con él. (Así lo anunció) Después tomó un racimo de moscatel y comenzó a comerlo con la mirada perdida en el parral que se ve por la ventana.
Desde esa misma noche, y a pesar de nuestras recomendaciones y ofrecimientos de acompañarla, (que ella ha rechazado terminantemente) mi hermana, la Eli, después de cenar, sale sola a caminar por los oscuros callejones de la finca. Dice no tener miedo, tal vez porque va armada con un gran cuchillo.
Hasta ahora no ha logrado encontrarse con la misteriosa criatura voladora, pero siempre regresa a casa con una sonrisa que indica que ya, que casi, casi, que ese momento de la dulce venganza esta ahí, al alcance de la mano.
R. Antolín - Abril 23 del 2009
1 comentario:
Enhorabuena Rubén!
un saludo y te seguiré visitando!
Publicar un comentario