Había una vez una mujer
que tenía prohibido enamorarse.
Podía emborracharse de placer, mentir amores
y arder en llamas en cada madrugada.
Decir que sí con la boca y con el cuerpo,
decir que no con el pecho y con el alma.
Romper con todo lo previsto y calculado
y conservar el corazón intacto.
Porque tenía prohibido enamorarse
y ella sabía respetar el trato.
Era muy bella, (lo dice quien lo sabe)
y era su risa un canto de sirenas.
Era muy fácil pensar en un mañana,
siempre sentado a la vera de su hoguera.
Ella sabía que lo tenía todo
y le bastaba con saberse amada,
No le importaba si morían por ella,
ni le dolía si la abandonaban.
Las ilusiones que se acercaban, cautas,
eran echadas sin compasión al fuego.
Nadie podía estremecer su alma.
(Nunca se supo que leyera un verso)
Pero ya dije: tenía prohibido enamorarse
y en esa ley se regía su destino.
Dejaba huellas de sangre en su camino
y no volvía la cabeza a ver sus muertos.
¡Pobre muchacha! El tiempo que pasó por tu vereda
pintó de gris el azabache de tus trenzas.
Ahora pasas por las tardes por mi calle.
Vas inclinada, como buscando tu inocencia,
y has olvidado para siempre mi promesa.
Rubén Antolín - del libro "Versos Diversos"
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