lunes, 4 de enero de 2010

MUERTE EN EL SUR - Un Cuento Antártico

















Ocurrió allá por el siglo XXX. Mi abuelo me lo contó alguna vez, pero el tiempo ha borrado algunas partes de la historia. Por ejemplo, no recuerdo bien qué hacían esos dos hombres solos, exactamente en el punto que determina el Polo Sur. No pertenecían a ninguna delegación de las naciones que en ese momento poblaban la Tierra. Para entonces el agujero de ozono había logrado un hermoso clima primaveral en la Antártida y ambos hombres sobrevivían perfectamente vistiendo camisas Grafa de manga corta y vaqueros Oxford, de moda por enésima vez desde su creación a mediados del siglo veinte. Al principio eran muy amigos. Algunas malas lenguas llegaron después a introducir sospechas de una relación más estrecha, pero ningún medio de investigación pudo confirmar ni desmentir esa versión. Tenían pocos muebles: una mesa, dos sillas y la carpa tipo iglú donde dormían cuando calculaban que era de noche, ya que ambos carecían de reloj. No sé quién empezó la disputa pero seguramente fue uno de ellos, ya que, como dije al principio, estaban completamente solos, sin vecinos en las cercanías. Fue mientras comían, aburridos de escuchar las miles de radios FM que por entonces se disputaban el dial.
- Te juego a ver quién es más sureño - propuso uno de ellos.
- ¿Cómo? - preguntó el otro, extrañado y agregando enseguida: - Los dos somos sureños. Estamos en el Polo Sur.
- Es cierto, - admitió el primero, - pero yo tengo mi silla exactamente sobre la estaca que determina el centro del Polo. Por lo tanto todo lo que me rodea está al norte de mi persona.
- Eso es una pavada - dijo el del norte -, yo soy sureño igual que vos.
- No - insistió el del sur -, vos sos un sucio norteño.
- ¿A qué viene eso de sucio norteño? - preguntó sorprendido el del norte -. Aun suponiendo que, visto desde tu punto de vista, y valga la cacofonía, yo fuera norteño, no veo motivos de agregarle un adjetivo despectivo que me adjudica un pretendido rechazo a la limpieza. Mucho menos si tenemos en cuenta el balance del año próximo pasado en que gasté mucho más jabón que vos.
- No lo dudo - dijo el otro mientras abría un envase de yogur de fruta -, pero tenés que reconocer que si hubiera dicho: - Vos sos un “limpio norteño”, la frase hubiera tenido un tono francamente estúpido e impropio del rico vocabulario con el que suelo expresarme.
- Yo creo que hubiera sonado muy coherente con tu personalidad - comentó el otro con un cierto dejo de sarcasmo que no pasó inadvertido por el sureño, que inmediatamente preguntó:
- ¿Querés decir que soy un estúpido?
- Francamente, y muy a mi pesar, ese original planteo de norteños y sureños te ubica en ese lugar - ironizó el sucio norteño, a la vez que dejaba su lugar en la mesa y se dirigía a pocos metros de allí a proseguir con la artesanía que comenzara esa mañana temprano: Un gran muñeco con una bufanda al cuello y una zanahoria por nariz. Obviamente construido con tierra, ya que, como dije antes, el clima era primaveral y la nieve sólo podía encontrarse en los manuales de la escuela primaria.
El sureño se quedó un rato pensando, pero al parecer el yogur de fruta vencido y el vino común blanco abocado que había tomado en el almuerzo le habían caído mal. Papel higiénico en mano, debió abandonar su favorable ubicación en pos del único grupito de tres cardos rusos pomposamente bautizados “los yuyos” a poco de su llegada al lugar.
Cuando volvió encontró a su compañero sentado en la silla situada sobre la estaca polar.
- Creo que te equivocaste de silla - comentó guardando el rollo de papel en un bolso.
- No me equivoqué, sucio norteño - dijo el otro sin prestarle demasiada atención y admirando con satisfacción su recién terminado muñeco de tierra a prueba de derretimientos.
El abuelo me aseguró que así empezó todo. Diez días más tarde ambos estaban muertos. Mediante las investigaciones llevadas a cabo inmediatamente, se pudo confirmar que el norteño mató al sureño y luego, agobiado por la soledad, se suicidó cortándose las venas con una banana madura, para sufrir más. Lo que nunca pudo ni podrá saberse, es quién era quién en el momento de la tragedia, pues el único testigo del hecho, el citado muñeco de tierra, fue declarado incapaz de declarar por haber sido construido, quizá deliberadamente, mirando hacia el otro lado.

1 comentario:

Anónimo dijo...

MUY BIEN RUBEN !!! SOLO ME LLAMA LA ATENCION EL SIGLO DONDE SE SITUA LA TRAGEDIA (SIGLO XXX), PERO EL FINAL QUE MENCIONA AL MUÑECO, LA SITUACION Y EL LUGAR SON BRILLANTES. ABRAZOS: omar A. Ochi