martes, 2 de marzo de 2010

UN MUNDO NUEVO - cuento

Cuando Francisco pasó por la cocina de su casa informándole a su madre que iba a construir un mundo nuevo, ella pensó que habría estado leyendo un viejo libro de política que alguien había olvidado en la casa, y que aún no había llegado a los capítulos donde se hablaba de los sueldos y los viáticos. Antes de ahondar en lo escuchado decidió no desaprovechar la oportunidad de pelear un poco con su marido, que desayunaba plácidamente.
-          Eso es culpa tuya – le anunció.
El viejo no dijo nada. Sabía lo que vendría. Bajó la cabeza y bebió un trago de café con leche mientras escuchaba.
-          Todavía me acuerdo la vergüenza que pasé cuando dijiste que habías descubierto que “podías vivir sin respirar”.
-          Era verdad – dijo él -. Casi lo logro.
-          ¿Casi lo lográs? ¿Andando por todas partes con un broche en la nariz, y hablando como los títeres?
-          No respiraba – insistió él, tratando de conservar algo de dignidad.
-          ¿No respirabas? – atacó ella -. Por la nariz no respirabas, viejo pavo, respirabas por la boca. Andá, papelonero, vamos a ver con qué sale tu hijo ahora…
En ese momento Francisco regresaba con un papel y una birome.
-          Voy a hacer un mundo nuevo – repitió sentándose y sirviéndose café en una taza.
El viejo ni lo miró, pero la madre le preguntó:
-          ¿Lo vas a hacer “antes o después” de salir a buscar trabajo?
-          Hoy empiezo. Y eso es un trabajo. Es bastante trabajo – dijo Francisco.
-          Lo que nos faltaba. Un hijo político. Y ensaya mintiéndonos a nosotros – comentó la madre, mirando por la ventana.
Más tarde, después de desayunar haciendo unos dibujos extraños, Francisco salió de la casa y tomó una pala y un azadón.
-          ¿Qué vas a hacer? – preguntó la madre desde la ventana.
-          Ya lo dije; voy a hacer un mundo nuevo – contestó él.
-          ¿Con la pala lo vas a hacer?
-          Con la pala y el azadón. No hay otro modo.
El viejo, que en ese momento salía hacia la plaza a darle de comer a las palomas, se detuvo y preguntó más.
-          ¿Cómo es eso que vas a hacer?
-          Voy a hacer un mundo nuevo. Te explico: el mundo no necesita ser redondo, no es una rueda y para girar no se apoya en nada. Yo lo voy a hacer cuadrado, como un cubo. Eso va a ser muy beneficioso para todos – dijo Francisco.
Al viejo le pareció razonable y asintió con la cabeza, advirtiendo:
-          Si no fuera por mi espalda, que apenas me deja caminar, te ayudaba, pero ya estoy viejo…
-          Lo voy a hacer solo… Es cuestión de tiempo… - dijo Francisco clavando la pala en el piso y empezando a sacar tierra.
Un mes después, ya había avanzado bastante en el trabajo y la casa familiar había quedado ubicada a pocos metros de una arista desde la cual se caía a noventa grados por miles de kilómetros. La madre, que se había conformado con preservar su jardín y la cucha del perro de los cambios, ya no comentaba nada. Sabía de la convicción y la testarudez de su hijo y recordaba cuando, siendo niño, se había abocado a la tarea de descular hormigas con la uña del dedo pulgar. Tenía presente la tarde en que se presentaron esos hombres de traje con una orden judicial en la mano. Debido a esa actividad de su hijo las hormigas negras de los palos estaban en peligro de extinción y toda la familia de Francisco fue obligada a alimentar a las que quedaban con una pequeña cucharita, hasta que comenzaron a criar nuevamente y a reponer su población habitual.
A partir del anuncio de su nuevo proyecto, la vida de Francisco se desarrolló en forma monótona. Se levantaba, desayunaba un poco y salía en busca de la pala y el azadón. Había convencido a los primeros curiosos que se acercaron a preguntar y estos habían pasado los argumentos a los que llegaban. Un grupo de adeptos hizo unos carteles explicativos y desde ese momento cesaron las interrupciones. Nadie le preguntaba nada y lo miraban como se mira a un artista en plena tarea.
Al año de trabajo el planeta, visto desde el espacio, ya mostraba una forma ligeramente cúbica. Francisco ya había gastado varias palas y azadones y una conocida fabrica de estas herramientas le había hecho firmar un jugoso contrato de publicidad exclusiva y le habían dado una gorra y una remera. Hacía tiempo que había dejado de ver a su familia y acampaba donde lo sorprendía la noche. Ni las montañas de Los Andes ni la selva del Amazonas habían podido detener el proyecto y todo había caído bajo el ímpetu del constructor de un mundo nuevo.
El problema de los ríos y los océanos lo había ido solucionando haciendo estratégicos canales que llevaban el agua hacia los pozos que iba dejando a su paso y luego, si era necesario, la ubicaban en las depresiones que iban quedando.
Con los tiburones y las pirañas prácticamente no tuvo problemas, porque pasaban de un lado a otro junto con el agua, pero en tierra firme, los carnívoros grandes, como leones, tigres y piches, le dieron más trabajo y en algunas oportunidades los tuvo que arriar con la horquilla.  
A veces, a su lado, se detenía algún vehículo que había perdido el rumbo y sus ocupantes le preguntaban:
-          ¿Por dónde se llega a China?
Y Francisco, recordando la nueva ubicación de ese país, señalaba:
-          Por allá. Sigan hasta que encuentren unos hombres pálidos, de ojos chiquitos. Ahí es.
Al llegar a Egipto tuvo problemas con sus gobernantes, pero después de una charla donde expuso las ventajas que esos cambios significarían para esa nación, le permitieron derrumbar la Esfinge y la pirámide de Micerino, no sin antes sacar un par de fotos de recuerdo.
Lo mismo ocurrió con otros lugares históricos, como las Cataratas del Iguazú y la casa donde nació el Gauchito Gil. Llegaban los vecinos a quejarse, pero cuando escuchaban sus razones permitían los cambios y hasta le convidaban con mate.
Finalmente, casi dos años después de haber iniciado los trabajos, el mundo nuevo estuvo prácticamente terminado, faltando apenas algunos detalles que iba solucionando recorriendo las kilométricas aristas en un ciclomotor prestado y con el azadón.
Fue entonces que llegó a su campamento una delegación formada por representantes de todos los países de la Tierra. Venían a proponerle el cargo de presidente único del mundo nuevo, ya que creían que lo merecía por hacer sido su ideólogo y creador.
-          Yo de gobernar sé lo mismo que de capar monos – advirtió Francisco.
No lo escucharon y allí mismo le pusieron la banda presidencial.
A la semana, Francisco ya se había dado cuenta que con esa designación no le habían hecho ningún favor. Cuando creía que había llegado el momento de descansar – pues ya estaba notando cierto cansancio – se veía acosado por problemas que le eran planteados en todos los idiomas y que a veces debía solucionar sin traductor y sin entender ni los gestos ni las señas del exponente.
Sin embargo, entre los que alcanzaba a dilucidar, por ser expresados en castellano o por fotos que le acercaban, notó que en algunos sectores de su geométrica nueva creación había una disconformidad sobre esos planos interminables, sin montañas ni depresiones que no estuvieran ocupadas con el agua de los nuevos océanos, aún sin nombre. También había ocurrido que algunos camiones, al pasar de un plano a otro, sobre las aristas, quedaban colgados por la mitad.
Los esquiadores sólo podían concurrir a las nuevas pistas de esquí que se habían construido en los vértices del planeta cúbico, únicos sectores donde nevaba permanentemente y futura ubicación de los ocho polos que se estaban formando rápidamente. Los barcos de transporte de cargas no podían arribar a conocidos puertos que ahora habían quedado en tierra firme, y simultáneamente, países que antes no tenían costas al mar, ahora eran islas solitarias separadas por kilómetros de otros lugares poblados. Las palomas mensajeras que levantaban vuelo no regresaban jamás y los agentes de turismo se volvían locos reprogramando viajes que originalmente incluían lugares paradisiacos que ahora estaban sumergidos varios metros bajo los nuevos mares.
Finalmente, tratando de solucionar algunos de esos problemas, Francisco tomó una decisión: Los fines de semana, únicos días de descanso presidencial, tomaba el azadón y la pala y comenzaba a escarbar en las aristas de su obra redondeando los bordes ligeramente, si eso alcanzaba, o radicalmente si el problema persistía, conformando a los quejosos cercanos y escuchando a los que iba encontrando a su paso.
Así empezó todo. Apilando tierra acá, sacando de allá, trasplantando algunos árboles y hachando otros, desviando ríos y reubicando mares, el planeta fue retomando su antigua forma esférica, aunque nada quedó en su lugar histórico.
Cuando los delegados que lo habían elegido presidente notaron que ya nada justificaba su ubicación en ese cargo, le pidieron la renuncia del modo habitual: apuntándole con un arma y acercándole un papel y una lapicera.
Francisco firmó aliviado y retornó a su casa.
Unos días después, durante el desayuno, la madre le dijo:
-          A ver si ahora que estás desocupado, con tu padre, se ponen a limpiar el patio del fondo, que esos yuyos ya dan vergüenza. Ahí debe haber ratones y bichos de toda clase.
-          Yo sólo puedo mirar, por mi espalda – advirtió el viejo -, pero te ayudo a llevar las herramientas.
Al mediodía, Francisco entró a la cocina.
-          Ya limpié el lote. De paso le estuve explicando a papá mi nueva teoría.
-          ¿Qué teoría? – preguntó la mujer.
-          Una teoría que va a revolucionar a la humanidad. He descubierto que el Ser Humano no es un animal. El Ser Humano es de origen vegetal. Somos vegetales y no necesitamos comer comida, sólo con sol, agua y tierra podemos mantenernos…
-          ¿Y tu padre? ¿dónde está? – preguntó la mujer, sin sorprenderse.
-          Allá, en el patio. Lo dejé plantado… – dijo Francisco.
-          ¿Discutieron? – preguntó ella, asustada.
-          No, se ofreció como voluntario para probar mi teoría – dijo él.

La mujer miró por la ventana de la cocina. Su esposo estaba en el medio del patio trasero, enterrado hasta la cintura y con los brazos levantados. Con gesto resignado, abrió la canilla y empezó a llenar una regadera.

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 - HOY JUEGA ARGENTINA -



Hoy, a las cuatro de la tarde, juega Argentina. Y yo no tengo radio para escuchar ese partido. Dije mal, tener, tengo, pero está rota. Mejor dicho, estaba rota; ahora ya está arreglada. Pero es lo mismo, no la tengo porque no pude pagarle al que me la arregló. Ayer la trajo hasta aquí, a mi casa, y como yo no tenía la plata, se la llevó de vuelta. Por eso ahora yo no tengo en qué escuchar el partido donde juega Argentina, ¡qué lástima, va a estar bueno!
Y yo tenía la plata, eh. Estuve toda la semana pasada atando viñas en la finca de Alonso, la de atrás del canal grande, donde empiezan los totorales.
Y este sábado pasado, a la tarde, cobré. Setenta y ocho pesos cobré; había ganado más, pero Don Alonso me descontó el pantalón Grafa que me trajo desde el centro.
Pero igual me alcanzaba, el arreglo de la radio salía veinte pesos. Me guardé esa plata y lo demás lo gasté todo en el almacén del Ñato. Le pagué una parte de lo que le debía y le saqué un poco de cada cosa que me hacía falta. Así que por ahora, comida tengo. Y cerveza también, me traje dos botellas de la buena, la que hacen acá, en Mendoza.
Pero no tengo radio... y por acá casi todos los vecinos viven lejos. El único que yo sé que tiene radio, y le gustan los partidos como a mí, es el Rolo, el que corta totora. Pero con ése estoy peleado, no nos hablamos desde esa vez que le pegué en el puente alto. Él estaba borracho y me puteó en lo oscuro. Después dijo que me había confundido con el Negro Varela, pero yo ya le había pegado en la cara con el inflador de la bicicleta. Le quedó la marca por una semana.
Así que ahora estoy solo... y sin radio. Y ya son las tres de la tarde. Y todo por culpa del Fabián Sosa. También... ¿Quién me manda a mí a prestarle plata al Fabián? ¡Nada menos que al Fabián que por acá ya los ha cagado a todos! Al que no lo enganchó en una cosa, lo enganchó en otra.
Pero me agarró tan de golpe. ¡Si hasta me parece que sabía que yo tenía esa plata guardada para la radio!
- Negro - me dijo –, necesito un favor y yo sé que vos, que sos mi amigo, no me lo vas a negar -. Y venía con una de sus nenas de la mano.
- Es para comprar algo de comida... para los chicos - me dijo -, mañana tengo que cobrar en la finca de Rufino y te lo devuelvo.
Le creí. La nena me miraba, me agarró de apuro y le creí. Después me dije:
- Seguro que era para cerveza o vino. Es re mentiroso este Fabián.
Pero cuando lo pensé, él ya se iba con mi dinero para el almacén.
Y no sería nada si, como me dijo, hubiera vuelto al otro día a devolverme la plata. Pero seguro que eso de que le debían algo en lo de Rufino eran mentiras. ¿De qué le van a deber si él ahí no trabaja? Una vez, hace mucho, trabajó en esa finca con el hombre que hizo el parral grande, allá en la costa. Y ahora que me acuerdo me parece que esa vuelta lo tuvieron que echar por algo que hizo. Pero esta vez... me parece que me macaneó...
Por eso ayer, después que el hombre que me arregló la radio se fue, llevándosela, me le fui a la casa al Fabián. Iba recaliente yo. Hasta me puse el cuchillito cabo negro en la cintura, como que lo llevaba de casualidad, pero dejándolo que se viera.
Y allá le caí, a la casa donde vive, en el médano alto, al lado del pichanal quemado. Desde lejos divisé los chicos jugando afuera, al lado de la tranquera. Yo iba mirando bien para que no se me escondiera. Es muy zorro el Fabián.
Pero no estaba. Los tres chicos se me acercaron cuando llegué y antes de que les preguntara, la nenita menor me dijo:
- El papá no está.
- ¿Y dónde está? – le pregunté yo mirando hacia la casa.
- Se fue a ver si conseguía trabajo - dijo el mayor de los tres, alzando su pelota de trapo.
- Éste les miente hasta a los hijos - pensé antes de volver a preguntar:
- ¿Y adónde fue a ver si conseguía trabajo?
- Al pueblo fue. Y si ha conseguido trabajo, con esa plata que le paguen va a traer comida... para nosotros - dijo la nena del medio.
- Va a traer algo rico... Porqué hoy es mi cumpleaños - agregó la más chiquita.
- Ah, ¿así que es tu cumpleaños? ¿Y está tu mamá? - le pregunté.
Los tres se miraron y los dos mayores bajaron la cabeza cuando la menor, con su tono más inocente, me dijo:
- La mamá se fue,... se fue a vivir con un señor al pueblo.
- Ah, bueno... - dije después de tragar saliva, agregando enseguida para salir del tema - ¿Y cuántos años cumplís?
- Cuatro. El año que viene me van a mandar a la escuela - dijo la criatura.
- Mentira, el año que viene no, el otro año, cuando tengás seis - corrigió la hermana mayor.
Observé un poco más detenidamente a esos niños. La ropa que vestían estaba sucia y rota por todas partes. Los tres estaban descalzos y hundían sus piecitos en el médano tibio de la huella, buscando algo de calor.
Estaba por irme cuando, por una angosta senda que baja del médano por detrás de la casa, lo vi llegar al Fabián.
Venía mirándome. Lo esperé hasta que llegó donde yo estaba, en la tranquera junto a sus hijos.
- ¿Cómo estás? - dijo con tono nervioso, dándome la mano. Alcancé a ver la vergüenza en sus ojos adelantándose a lo que presentía iba a decirle yo frente a los niños.
- Menos mal que viniste - le dije –, te estaba esperando desde hace rato.
- Ah, sí,... por aquello... - dijo él bajando la mirada.
- Sí, te quería devolver esos diez pesos que me prestaste el mes pasado - le dije alcanzándole un billete, el último que me quedaba.
Se quedó sorprendido y dudando entre tomar o no lo que yo le alcanzaba.
- Agarralos, no es mucho, te van a venir justo para comprar algo para el cumpleaños de tu nena – le dije mirándolo fijo, para que no me descubriera frente a los chicos.
Una triste sonrisa se dibujó en su rostro. Acarició las tres cabecitas que en ese momento rodeaban sus piernas y mirándome a los ojos, dijo:
- Gracias, hermano, muchas gracias...
Había comprendido. Nos dimos la mano y me fui otra vez caminando por la medanosa callecita. Ya no sentía la rabia que me había llevado hasta la casa del Fabián. Mejor dicho, sí, sentía rabia, mucha rabia, pero contra esta suerte de mierda que nos ha hecho nacer pobres, en este lugar tan pobre, en estos tiempos de tanta pobreza.
Eso fue ayer, sábado. Hoy es domingo, hoy juega Argentina. Es un partido fácil, seguro que va a ganar. Voy a poner la pava. Son las cuatro y veinte, ya debe haber empezado...

Rubén Antolín Heredia - 2006

3 comentarios:

Walter G. Greulach dijo...

Hermoso monologo, con la suave tristeza e inocencia que caracterizan a muchos de tus personajes.
Cuando será el dia que me puedas mandar un libro en papel, para repasarlo y disfrutarlo en el único lugar y momento que me concentro para leer, en la cama y a las diez de la noche.
Un abrazote Ruben, nos vemos...W.G.G

eduardo dijo...

muy bueno el cuento, aunque es cuento ?, o tal vez reflejo escrito de la realidad de mierda que nos rodea, mientras nuestros representantes democraticamente elegidos viajan ?
En fin...

Unknown dijo...

sin palabras... sólo lágrimas