Un día apareció en el pueblo diciendo a todo el que quisiera oírla, que el niño que llevaba en brazos era hijo mío.
Según me dijeron, el niño no se parecía a mí en lo más mínimo. Y si a eso le sumamos que yo jamás había estado a menos de un metro de ella, puede fácilmente comprenderse el nerviosismo que esto trajo en ese momento a mi apacible personalidad.
Ella tenía una cierta deficiencia mental y era conocida por “la loca” o “la tonta”, lo que dada las circunstancias, tanto me condenaba como me absolvía, según el criterio de quién me juzgara.
Al principio decidí no darle importancia a los comentarios, a pesar de lo mucho que me molestaban las bromas de mis amigos, a veces gritadas de vereda a vereda en pleno horario comercial.
Cuando supe que ella había ido a buscarme a casa de mis padres, decidí que era el momento de darle un corte a la situación. Si en lugar de la dirección de mis padres hubiera averiguado la mía, hubiera sido atendida por mi esposa. Y en estos momentos yo tendría entablado un juicio por divorcio.
Pero no sabía cómo hacer. Me imaginaba discutiendo con ella en plena calle e inmediatamente me veía ridiculizado ante los ocasionales testigos, que seguramente aparecerían. Me preocupaba el hecho de tener que hablar con alguien que no tenía el cien por cien de sus facultades mentales en uso, y además estaba seguro de que, dada la insistencia, espontaneidad y firmeza de sus acusaciones, ella pensaba que realmente era yo el autor de su embarazo, y por lo tanto, responsable de su reciente estado de maternidad.
Recordé que no conocía a su familia ni dónde vivía. En realidad no conocía nada de ella cuando todo empezó. Y fue a partir de allí que comencé a averiguar qué clase de persona era la que me acusaba.
De su deficiencia ya había oído. El pueblo es chico y esa muchacha solía vagar por la zona céntrica en horas del mediodía. Alguno de mis amigos lo había comentado al verla pasar.
Cuando mi madre me dijo que una muchacha rubia, de pelo corto y con un niño en brazos me había ido a buscar, casi me desmayo. Eso ya era demasiado. Y lo que es peor, ella podía regresar en ese momento y la conversación en ese caso, tendría de testigos a mi madre y mi tía, que a esta altura, junto con mi esposa, eran las únicas del pueblo que ignoraban la noticia.
Debía evitarlo. Averigüé su dirección tratando de ser discreto, pero fue inútil. El mozo del bar que me dio el dato, al retirarme me dijo con ironía:
- Ah, te felicito. Es un chico muy bonito.
Se quedó limpiando el café y el agua que cayeron de su bandeja cuando huía de mi furiosa embestida.
Llegué a la casa. Era humilde. Tenía una cerca de alambre tejido y en el patio que la separaba de la vereda había una canilla con un gran charco, donde se bañaban dos patos.Llamé golpeando las manos. Pocos segundos después salió una señora que reconocí, por la figura, como la madre de la muchacha.
- ¿Qué desea? - preguntó.
- Buen día - dije-, quisiera hablar con su hija.
La mujer me miró entrecerrando los ojos y luego dijo:
- Ella no está ahora. Se fue al centro. Debe estar por llegar. ¿Para qué quiere hablar con ella?
- Bueno,... es por algo... relacionado con el... el nene,... su nieto, supongo...
- Ah, sí, el nene... - dijo ella y agregó interesada -: ¿Usted lo quiere?
Me sorprendió, pero me repuse enseguida.
- No... no,... es... por otra cosa,... lo que pasa es que me dijeron...
- Sí, ya sé - interrumpió sonriente -, le dijeron que queremos dar al nene de mi hija... Es cierto, ella... ¿vio?... tiene la inocencia de una niña de diez años... y alguno se aprovechó... Hay gente así...
Al decir esto, la mujer bajó la voz y acercándose más, dijo en tono confidencial:
- Ella sabe quién fue,... sabe el nombre,... pero imagínese,... el tipo lo va a negar... ¿Y cómo le prueba uno que fue él? ¿Ah?... Nosotros somos gente pobre, además, yo ya le dije a ella: ... nosotros no podemos criarlo, así que hay que buscar alguien que lo quiera y que tenga con qué mantenerlo...
Hizo una pausa en la que corrió con un pie a un pato que le estaba picando el cordón de la zapatilla. Después miró mi automóvil y continuó:
- Ella me dijo que sí, que lo dé nomás... Primero no quería ¿vio?, pero... ella no entiende lo que es responsabilidad... y como es tan chiquito todavía, mucho no lo va a sentir... ¿quiere verlo?...
Antes de reaccionar ya estaba esquivando el charco y los patos, siguiendo a la mujer en su camino hacia la casa. Ni siquiera recordé que mi objetivo al llegar allí era completamente distinto.
El niño era, tal cual dijera el mozo que lo conocía, muy bonito. Y se veía perfectamente normal. Estaba despierto y allí, acostado en ese cajón frutero que hacía las veces de moisés, parecía muy tranquilo. Me sonrió al verme y volvió a ponerme nervioso.
- Señora - dije sin saber cómo continuar con el sentido que yo quería darle a la conversación -, yo... yo me llamo...
- ¡No! ¡No me lo diga! - interrumpió con firmeza -. No quiero saber quién se lo lleva,... es mejor así,... fíjese que ni lo hemos querido anotar...- No,... lo que pasa es que... - intenté continuar.
- Mire, tome - dijo ella alzando al niño y dándomelo envuelto en una frazadita, a la vez que miraba nerviosamente hacia la calle -. Es mejor que se lo lleve ya mismo, antes de que ella vuelva,... así no hay problemas,... no vaya a ser que se arrepienta...
Tomé el niño y salí hacia la vereda seguido por la señora, que me agradecía mucho que tuviera tan buen corazón y me recomendaba que no le hiciera faltar nada a su nieto, ya que yo podía.
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Creo que he hecho una locura. Pero ya no tiene remedio. El niño está allí, durmiendo en su flamante moisés de mimbre. Dentro de un rato volverá mi esposa. Presiento que tendremos una larga conversación.
Creo que he hecho una locura. Pero ya no tiene remedio. El niño está allí, durmiendo en su flamante moisés de mimbre. Dentro de un rato volverá mi esposa. Presiento que tendremos una larga conversación.
Rubén Antolín Heredia - del libro "La Tarde de Tadeo"
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